El demonio de la navidad

Por Darío Merino 

En la noche fría. Se oyen pisadas fuertes que rompen la nieve que cubre las calles de un poblado sencillo en la noche buena. Entre el sonido de cadenas arrastrándose que bien podrían confundirse con el tintineo de campanas se mira a un ser espectral asomándose por la ventana de un hogar. Su respiración como un bufido, abre la puerta de la casa, entra sigiloso y sube a la recámara de los niños abriendo la puerta con su mano garrosa. Al entrar, toma un costal que lleva cargando en su espalda y con estrépito toma a un niño que duerme tranquilo en su cama. Le tapa la boca. Lo introduce rápidamente al costal y sale del hogar con la velocidad del viento... 




Entre los siglos VI y VIII en ciertas regiones europeas conocidas en aquel entonces como culturas germanas, y lo que comprende los actuales países de Croacia, Alemania, Francia, Suiza, Eslovenia y Escandinavia el cristianismo Romano procuró expandirse con cierta cautela causando que diversas tradiciones consideradas por el cristianismo como paganas, no fueran abandonadas por las sociedades germanas, si no, asimiladas, mezcladas o lo que es lo mismo sincretizadas.

Una de tantas tradiciones fueron las relacionadas a las fiestas invernales entre las cuales había una que a los misioneros católicos les causó molestia.

Entre 5 y 6 de diciembre, por las noches los niños se recluían en sus hogares con temor, ya que un terror nocturno se paseaba entre las calles: el Krampus.

Con apariencia de cabra, mitad demonio, cubierto de pelo, fauces como las de un lobo y cuernos, cargaba candenas y un costal a sus espaldas; deambulaba buscando niños que se habían portado mal, con el objetivo de secuestrarlos, golpearlos o espantarlos castigando su conducta dejando en su casa un trozo de carbón. 

Como toda tradición oral, el relato del Krampus tenía diversas versiones y orígenes. Lo que es cierto es que durante la mezcla entre el catolicismo y las tradiciones germanas, algunos rasgos como Papá Noel se adaptaron a los mitos pre cristianos del dios Odin, el cual visitaba en invierno a los niños que se habían portado bien para dejarles algún obsequio, y su contraparte, un ser nocturno de horrenda apariencia que castigaba a los niños malos.

En estas zonas de Europa los sacerdotes intentaron de diversas formas eliminar la tradición y creencia acerca del Krampus, sobretodo en una época del año donde nace el redentor de la humanidad. Un momento del año tan especial y lleno de vida no podía ser manchado por la presencia de un ser infernal.

No obstante, la tradición "pagana" pudo más.

Así que no le quedó de otra al cristianismo Católico europeo que adaptarse. El Krampus sería enemigo de San Nicolás, Papá Noel o Santa Claus. Y se transformaría en el demonio de la navidad.

De esta manera en el marco de la celebración por el nacimiento del niño Dios, y en medio de la expectativa por recibir obsequios de parte de San Nicolás, el temor caía en los niños por los relatos de los adultos que expresaban las atrocidades cometidas por el Krampus. 

¿Por qué asustar a los pequeños? 

Los relatos fantásticos de terror generalmente tienen una función social para crear un tipo ideal, es decir, este demonio de la navidad contiene una moraleja de castigo: los niños malos son atacados por el Krampus. Lo mismo que Papá Noel a manera de antítesis: los niños buenos, recompensados.

Parte de las normas morales que la sociedad construye a través del tiempo se quedan asentados en el sistema neurológico de recompensa, es decir, cuando una conducta cumple con los requerimientos solicitados y recibe un premio por ello, químicos en el cerebro se liberan dando sensación de alegría y satisfacción, reforzando positivamente el comportamiento. Estos aspectos se consideran básicos y fundamentales para la formación de las sociedades en el desarrollo histórico de la humanidad. 

Los pueblos germanos medievales al mantener viva la tradición oral del Krampus, a pesar del cristianismo, no tenían intención de asustar a los infantes, sino de fortalecer los lazos de aprendizaje social que se transmiten de generación a generación por medio de las normas morales de recompensa y castigo. Cosas de la historia. 


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