Caudillos y dinosaurios

 

Por Darío Merino

El caudillo o jefe militar fue toda una figura en la historia mexicana del XIX y primer tercio del XX.

Las hazañas de estos personajes, así como su aparente patriotismo, les hacían ganar voluntades y votos una vez que se enfilaban a la carrera política.

El último caudillo del siglo XIX trajo una especie de paz social, orden militar y progreso tecnológico: Porfirio Díaz.

Pero que después de su derrocamiento, por causa de la revolución mexicana de 1910, los jefes militares locales hacían sus propias interpretaciones de lo que debía ser la Revolución Mexicana trayendo dolores de cabeza en los gobiernos de Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, además de provocar conflictos a diestra y siniestra cada vez que las decisiones de presidencia no iban de acuerdo con sus agendas personales.

Por lo que en el gobierno de Calles fue planeada una estrategias muy interesante: la creación de un partido político que institucionalizara a la revolución preservara sus ideales e intereses, configurara una élite gobernante centralizada en el jefe Máximo de la revolución, (en este caso Calles), y fuera capaz de suprimir todo tipo de rebelión caudillista local, sus intereses particulares e intentos de insubordinación.

Pero la cosa no se detuvo allí, posteriormente, con el presidente Lázaro Cárdenas, la cantidad de militares que engrosaban las filas del partido de la revolución era excesiva y se temía que en cualquier momento el caudillismo volvería a las andadas.

Por indicaciones de Cárdenas el partido incluyó a los líderes de sindicatos campesinos e industriales para así "desmilitarizar" al partido y darle un aire más obrero.

Al paso del tiempo el partido de la revolución mutaría de PNR (Partido Nacional Revolucionario), a PRM (Partido de la Revolución Mexicana) y finamente al Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Transformándose en la fuerza política más influyente de México, el ganador cuestionable de las elecciones locales, estatales y federales; apodado el dinosaurio por su permanencia en la silla presidencial, o bien en las cámaras de diputados, senadores, gobiernos estatales o municipales, durante casi todo el siglo XX y, residiendo en la memoria colectiva mexicana como un sinónimo de corrupción y clientelismo político. Cosas de la historia.